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El árbol de los sueños


Una madre les cuenta historias a sus dos hijos cada noche. Son historias que ha ido escuchando a lo largo de sus viajes, ya que a pesar de su juventud ha recorrido gran parte del mundo. Historias donde las cosas soñadas conviven con naturalidad con las reales, hasta el punto de que no es fácil distinguirlas entre sí. En ellas se habla, por ejemplo, de una reina que visita a Salomón para que le ayude a completar un poema cuyo primer verso ha soñado su hermana poco antes de morir, de los eunucos que entretienen a las esposas del faraón en la Casa de la Vida, de héroes griegos que prefieren las delicadas ropas de las doncellas a las armaduras de los guerreros, de un libro perdido donde se explica cómo resucitar a los muertos, de una joven que se enamora del más cruel de los bandidos, de un ser deforme que acoge en su cabaña a una niña muerta, de muchachos que se transforman en ciervos, de ángeles que descienden a la tierra atraídos por la belleza de los seres humanos, de árboles misteriosos cuyos frutos tienen el poder de devolver a quien los prueba la memoria del cuerpo que tuvimos en el paraíso. En una de esas historias una mujer rica le pide a una anciana que le dé la nieta que cuida, pues vive fascinada por su belleza. La anciana se niega a hacerlo, y la mujer le reprocha enfurecida que esté engañando a la niña con sus fantasías. Solo le cuentas cosas que no son verdad, le dice. ¿Y qué si no son verdad? -contesta la anciana-. ¿Sabe acaso la verdad lo que quiere el amor? Esa apuesta por el amor, aun a costa de la verdad, es la apuesta de El árbol de los sueños, cuya estructura remite a ese libro de los libros que es Las mil y una noches. El libro que todos los narradores han soñado con escribir alguna vez.
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