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Poetas de madrid

  • Ref. Z-9788494617553
  • ISBN: 9788494617553
  • Editorial: Demipage
  • Autor: Aa.vv.
  • Fecha de edición: 2019
  • Fecha de lanzamiento: 29/04/2019
  • Número de páginas: 16
  • Dimensiones: 23x23x0,3 cm
  • Encuadernación: tapa dura

El asunto de este libro, en apariencia baladí, es tratado con ligereza por aquellos que solo ven turismo en una capital levantada sobre el poema de su nombre. El honor es nuestro, pero el título de este prólogo es un homenaje a Blas de Otero, poeta que nació en Bilbao, pero murió en Madrid. Si obviamos aquel poema sublime dedicado por entero a la ciudad («Madrid, divinamente»), creemos que merece la pena reproducir la estrofa en la que aparece reflejado el verso bronco y rudo del poeta bilbaíno porque alumbra con su canto la metrópoli oscura de posguerra, el emporio madrileño, aquel fuerte inicial construido a la orilla de un río que ahora es un hospitalario lecho de algas florecidas: «Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres / arrodilladas en sus delantales, / este es el sitio / donde enterraron un gran ramo verde / y donde está mi sangre reclinada». Homérica ciudad, cuna y sepulcro de muchos que hemos derramado entre sus calles y bodegas los alegres días de la juventud, durante su historia ha aceptado en su seno a poetas disconformes llegados de los confines del planeta, porque uno nace poeta en su tierra, pero se hace y perece en Madrid. En el cementerio de La Almudena, por ejemplo, cabe la posibilidad de que entre sus más de cinco millones de sepulturas haya algún bardo enterrado: allí están, en efecto, Vicente Aleixandre, Dionisio Ridruejo y Dámaso Alonso; mientras que en el de San Justo descansan a perpetuidad Larra, Espronceda, Marquina y Gómez de la Serna. Blas de Otero, poeta anteriormente citado, vive con su silencio vital y su ruido literario entre las tumbas del Cementerio Civil. No es por insistir, pero es inevitable recordar que recién llegado a la ciudad del abrigo y la derrota, de la resistencia y la fortuna, vio alumbrarse en él la poesía bronca que traía en la carpeta cantábrica de pasta parda y gomas elásticas de color chicle. Da igual de donde uno sea, Madrid nunca te deja indiferente, siempre ofrece al rapsoda trasladado a la polis caporal en busca de fortuna un espacio vital sobre el que escribir sus versos: ahí están, sin ir muy lejos, los que dedicaron a la villa y corte José Bergamín («Madrid, alma encendida a su espejismo: / ciudad nocturna en urna de su hielo»), Gloria Fuertes («¡Ojalá sea mentira esa bola / de anhídrido carbónico / que pende bajo el cielo de Madrid!»), Miguel Hernández («Esta ciudad no se aplaca con fuego»), Dámaso Alonso («Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres»), o el propio Góngora, con su estilo culterano: «La invidia aquí su venenoso diente / cebar suele, a privanzas importuna». La conducta ética y la estética literarias, columnas de la edificación poética de una ciudad de líneas intrincadas ?si la comparamos con la cuadrícula urbanística de Barcelona?, que poco a poco se ha vuelto fértil y moderna, con versos de diversa calidad pintados y esparcidos por sus calles, son puentes con el que unir suburbios, almas, cantos rodados sobre un río muy poco caudaloso. En efecto, el río Manzanares, afluente del Jarama y este del Tajo, fue protagonista de chistes y comentarios jocosos en la época barroca, pues nunca tuvo agua suficiente para arrastrar y soportar las basuras fecales generadas por una ciudad tan demandada. Si bien algunos estudiosos sostienen que su hermoso nombre proviene del celta («Magerit»), hay otros, sin embargo, que lo emparentan con el árabe hispánico, algo más encantador: «arroyo matriz». Madrid sería matriz y centro, por lo tanto, mandorla y madre odiada por los pueblos de la periferia, pero también «mayrit», esto es, conducción o canalización de agua que sirvió a sus primeros pobladores para llevar el líquido elemento a la meseta habitada. Lo que parece claro a estas alturas es que Madrid fue una ciudad edifica